Parece que Sur América vive de sobresalto en sobresalto. Nuestros países, ricos en relaciones y afectos, son pobres en justicia e igualdad, lo que se traduce en inestabilidad.
Una población en gran medida joven, dinámica y atrevida que vive en grandes desigualdades como resultado del populismo, ese enfoque que se basa en ofrecer más de lo que invita a merecer, para ganar el voto de la inconsciencia a fin de tomar el control político de sociedades. Para ello buscan congelar en el tiempo y reducir a la mayor miseria tolerable a sus habitantes, como mecanismo de preservación del poder a través de la dependencia económica y del miedo que genera la violencia.
Claro que el populismo y sus manifestaciones de control (Gobierno): comunismo y socialismo, han prosperado sobre la tierra fértil que ha ofrecido y continua ofreciendo un capitalismo que se hace cuesta arriba defender sin que tenga cambios profundos, tan profundos, que necesariamente han de emerger sobre nuevos paradigmas.
Comunismo trae muerte, socialismo en nuestros países es sinónimo de miseria y el capitalismo como lo conocemos, nos guste o no, se entienda o no, es inviable.
Y lo es porque liquida sin contabilizar su mayor fuente de valor: las materias primas que nos ofrece el planeta, «usa» sin ofrecer significado ni una visión trascendente a las personas, que sigue viendo como «recursos a administrar» y porque externaliza sin responsabilizarse el grueso de los impactos a terceros.
Un modelo que usa sin medida recursos que no repone, paga lo menos posible a quienes lo hacen posible y genera desechos y desperdicios sin considerar los impactos ambientales. Costos que no están en la contabilidad de la empresa pero si en la realidad de la vida en el planeta y que como cargo diferido, tendrán que asumir y amortizar nuestros hijos. A ellos les estamos pasando el equivalente a un impuesto sin que tengan derecho a opinar ni defenderse.
Es decir un modelo disociado, que atenta contra la vida en el tiempo, y que ha generado enorme riqueza, concentrada en muy pocas manos y sin duda ninguna alma.
De esta lamentable realidad se vale una izquierda fanatizada, resentida y ambiciosa para potenciar su intereses de poder, como estamos viendo hoy en muchos de nuestros países.
Antes de que pueda ser tildado de izquierdista, debo hacer énfasis en que a pesar de estas gravísimas carencias, el capitalismo es infinitamente superior a todo lo que tenga que ver con comunismo o socialismo.
Toca entonces, invitar a evolucionar a las «personas jurídicas» a despertar a una naturaleza distinta y a replantearse por completo su razón de ser. Para ello, hace falta, es necesario desechar los modelos mentales heredados, que han dado forma a todas las estructuras de producción de riqueza desde la revolución industrial.
Este cuadro, que se evidencia con más fuerza en nuestros Países de Sur América, caldo de cultivo de la parte más visible de la crisis del modelo de desarrollo, es, siento, el ecosistema del cual emergerán los anticuerpos necesarios para el cambio de orden.
Serán los jóvenes, en cada País, los primeros que entenderán que la raíz de los problemas es común, que el establishment político, empresarial, religioso y académico es hoy parte del problema y no de la solución. Serán ellos, protagonistas hoy de un Sur revuelto, los líderes de la eventual revuelta del Sur, que comienza con el Ser.
Hay que trabajar para evitar que entre dogmas y fanatismos se diluya la generación llamada a liderar un cambio de orden en este sistema que mal llamamos modelo de desarrollo.
Y que oportunidad tan grande para aquellos «líderes» empresariales, políticos, religiosos y académicos hoy, para que se conviertan en agentes de transformación del sistema del cual forman parte y sobre el cual tanta responsabilidad tienen.
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